Me vienen con lo normalizado, salgo corriendo en cualquier dirección donde no haga falta mentir para que no te miren raro.
No, señora, no me he subido a un avión, ni por temor ni por desdicha, quizás porque no hubo oportunidad. Como en otros casos donde el hecho de que no te hayan puesto el sello, te relega directamente a la fila del rezagado.
Facturar maletas es cuando casi consigo lo que quiero y, al final, tengo que volver a casa con el equipaje de mano. Explícale a una madre que los sueños no se pueden llevar en la cabina y que volar con demasiado peso es peligroso hasta pagando.
Los pies en la tierra. He esperado un bus por más de 6 horas, he dormido en una estación tirada en el suelo, he subido a un vagón de tren y he sentido una oleada de decepción por no corresponder a la chica del relato que viaja en un ferrocarril de antaño.
De nuevo la imaginación viaja más rápido. Incluso cuando tomé el ferry más veloz, el mar me llevó donde convergen las historias de los ojos que miré.